Mi paracaídas defectuoso

jueves, 23 de enero de 2025

Cada vez que vamos a saltar, elijo siempre el mismo paracaídas. Tiene un trapo hermoso, colorido, al que amo ver desplegado a mis espaldas, mientras el viento nos acaricia. Siento que somos el uno para el otro, con sus anillas fuertes y su arnes algo tosco, nos entendemos muy bien. Es justo para mi cuerpo, me siento cómodo.

Yo entiendo que no es mío, porque cuando va otra gente al aeródromo, algunos se lo ponen y lo usan. No puedo exigir mi potestad sobre él, pero un poco me molesta. Mientras no suban ninguna foto usándolo, ojos que no ven...corazón que no siente.

Qué tiene de defectuoso entonces? ustedes se preguntarán. Bueno, es que a veces, no abre.

La primera vez que me pasó, fue la peor de todas. En un salto de 5000 metros el trapo, si sos un paracaidista experimentado, se abre a los 1500 metros aproximadamente. Saltamos, todo bien, la adrenalina, el disfrute, las piruetas, la magia. El goce de saber que en unos segundos la gente en tierra iba a disfrutar de los colores, hasta ahora dormidos, de mi dispositivo.


A los 1700 metros tiro de la anilla principal, y para mi asombro, nada sucedió.

Volví a tirar, esta vez con mas fuerza, y el silencio fue atroz. 

Intenté una vez mas, con el altímetro en 1200 metros, y nada, como si estuviese jalando una soga atada a un árbol .


"Vamos a morir" pensé, no había otra opción viable con el piso tan cerca.


No se me ocurrió siquiera probar con el paracaídas de emergencia, mi mente lo había anulado por completo. Ya había hecho un contrato irrevocable con el suelo, que se acercaba con la velocidad de un meteorito. 

Intenté hasta volar, como si algún extraño superpoder fuese a surgir de mí en ese momento, pero no resultó.

Claramente, si estoy escribiendo esto, es porque algo tuvo que haber sucedido entre los 600 metros que me separaban del pasto y las letras de este texto en cuestión.

Sentí un tirón, que primero empujó sobre mis costillas izquierdas y después en todo mi tren superior. Me había agarrado , Dios sabe cómo, un amigo. Al momento en que aseguró mi cuerpo, desplegó su paracaídas, y a los 10 o 15 segundos aterrizamos suavemente. Me fundí en él con un abrazo atropellado, con todo el amor que se le puede tener a un ser vivo. 

Nunca reparé el respasar cómo fue la situación, porque si intentamos encontrarle una respuesta, no la hay. 

Pasaron los meses, volvimos al aeródromo, y adivinen qué? Correcto, volví a elegir el mismo trapo. El mismo que casi me mata. No puedo especificar el por qué, es como una energía que nos une, del verbo de haber bailado con la muerte y haber sobrevivido. Le di otra oportunidad, y otra , y otra, y cada vez los saltos fueron mas hermosos, mas vistozos, mas memorables.


Hasta que un día, volvió a fallar...


Esta vez no me desesperé tanto, pero tuve si, el mismo miedo. "Vamos a morir" pensé, no había otra opción viable con el piso tan cerca.

Algo me era familiar de esa situación, es como un gusto detrás de la lengua, cuando sabes a ciencia cierta, que vas a morir. 


Pero esta vez tenía una ventaja, yo recordaba que había saltado con mis amigos, y si todo sale como uno espera que suceda, alguno de ellos se iba a dar cuenta de mi problema y me iba a salvar nuevamente. Cabe aclarar que solo ellos sabrían como obrar de rescatistas, puesto que son quienes conocen los puntos claves de la cuestión: El peso de mi cuerpo, la forma de mis extremidades y el desperfecto del paracaídas.

Así fue, otra vez me agarró un amigo. Mi agradecimiento no fue tan eufórico como el de la primera vez, ya que como lo mencioné hace un segundo, era lo que esperaba.

Por supuesto que la costumbre se instaló, y cuando llegábamos temprano a preparar los equipos, yo ya miraba mi paracacho con ternura, lo acariciaba, le conversaba, negociaba con el coso para que no me haga la misma jugada de siempre. Como me gustaba ese paracaídas, y mis amigos me veían acercarme a él todo perdido, sin rumbo, y se miraban entre ellos como jugadores de poker con plata y sin cartas para jugar. 

Yo saltaba, disfrutaba, era feliz, y a veces, algunas veces, no abría.

Vale la pena? escucho que se preguntan detrás de estas líneas. Vale la pena morir por un show de colores? por la adrenalina de un salto ornamental único e inigualable?

Por supuesto que vale la pena, si me puede pisar un bondi en cualquier esquina, o incluso puede caerse el avión que nos eleva hasta la altura solicitada para iniciar la obra.

Claro que vale la pena, además es Mi paracaídas, ya no quedan dudas sobre eso, ya todos nos vieron, ya todo el mundo sabe que es mío.

Lo único que tal vez no estoy teniendo en cuenta, es que qué pasaría, si salto, entregado al romance inevitable de jugar a la ruleta rusa con San Pedro,

y a los 1500 metros, yo te escribo


vos no me contestás


y ese día..mis amigos no están.