Ya no tengo pesadillas

martes, 9 de mayo de 2023

 De niño, hablamos de la edad que va entre los seis y los doce; odiaba dormir.
Me generaba furia todo el folklore que vaticinaba la hora de acostarse porque me acercaba mas a ese indómito mundo de los sueños, en donde yo vulnerable, sufría de pesadillas.

En casa de mis padres se estilaba, hace años, un aterrizaje cercano a las 22:00hs , 22:30hs como mucho. Para esos momentos ya estábamos acostados, dando las últimas vueltas en la cama antes de dormir. Reinaba el silencio y la casa se convertía en un cementerio. Aún lleno de frazadas y con comida en la panza, sentía frío. Creo que los últimos recuerdos del miedo que tengo, son esos.
Me aterrorizaban aquellos segundos en donde los ruidos ya no se escuchan y uno se hunde lentamente en la inmensidad insonora del subconsciente. Acto seguido, el dolor. Todas y cada una de las noches la turbiedad de mil historias que ya no recuerdo me tiraban del cuerpo en inimaginables formas, humanas y animales. Es un vacío inexplicable, una impotencia paralizadora; cerrar los ojos y dormirse era sinónimo de muerte.

A veces recitaba poemas que buscaba memorizar con fuerza durante el día; para tener mas líneas de texto disponibles a la noche y no dormirme tan rápido. Cantaba, para adentro, algunos de los temas que me sabía de memoria; como un cassete roto autorebobinable. Me pellizcaba los codos; pensaba en la chica que me gustaba, fantaseaba besos imaginarios y escenas de películas protagonizadas por mí. Nada servía. 

Sobre el final yo me dormía ; y el siguiente recuerdo era despertar en llanto habiendo luchado contra una serpiente gigante; o después de correr durante horas porque alguien quería matarme. Las pesadillas, tan variadas como formas de lunares existen en la dermis, no frenaban. 


Lo que me gustaban eran lo días en los que me acostaba tarde; con sueño de verdad, se ve que siempre fui propenso a dormir poco. Esas veces recuerdo desmayarme en la almohada como si no hubiese un mañana. El simple hecho de no dar vueltas para dormir, hacía que el sueño llegue naturalmente amable a mi cuerpo y me abrace en situaciones placenteras. Volar, me extasiaba volar. Era mi sueño preferido. Controlar mi cuerpo y volar por todo el mundo. Conocer lugares que yo sabía, eran reales; lugares a los que uno solo puede llegar volando.


Fui creciendo y entendí que el secreto era irse a dormir cuando uno estaba cansado.
Ahora, cada vez que me acuesto, por alguna razón sin sueño, me agarra frío; me transpiran los pies, me duele la panza y mi cuerpo revive todas las pesadillas juntas. Así de arraigados están, el acto y el recuerdo.


A qué viene todo esto? ustedes se preguntarán.


La primera vez que la besé fue el 26 de abril del 2013, en un descampado rodeado de árboles. El otoño se apoderaba de la tarde con una sutileza casi artística y los relieves de su piel desprendían la energía de todos los soles conocidos. 

Los primeros besos tienen una carga pesada y explosiva de ingredientes interesantes. Incertidumbre, deseo, amor, misterio, convicciones, dudas, tiempo, dolor, pasado, presente, futuro, formas, ritmo. Son casi como la física cuántica, con el gato vivo y muerto a la vez. Uno no sabe que va a pasar un segundo antes del primer beso, y curiosamente tampoco sabemos lo que va a pasar cuando termina. El tema es el durante. 
Durante el primer beso, el infinito existe entero en esa danza. Todo lo sucedido es en ese momento. Todo lo es, todo somos,  los espíritus enaltecen y el calor ya no quema. El invierno no existe; el ruido se apaga.
El primer beso tuerce toda ley de la física (salvo de la de la entropía, porque eventualmente el universo sigue tendiendo al caos). Esos segundos donde las bocas, que se desearon durante eternidades, se conocen; son símiles al paraíso en los ojos del creyente; a las montañas que se mueven por la fe. 

Casi sin aviso hay vertebrales que se funden con el primer beso, como amuletos. Puede ser un perfume, un objeto, un movimiento. Puede ser cualquiera el gatillo que nos transporte, en cualquier momento entre ese beso y la muerte, nuevamente a ese lugar.


El problema es cuando el beso en sí mismo, se convierte en el amuleto de un suceso posterior, doloroso, disruptivo. 

El problema del 26 de abril del 2013, fue que en las 12 horas que le continuaron a ese beso, todo iba a cambiar. Todo iba a temblar. Todo iba a arder. La tierra, ella, yo, Dios. 




Pasaron diez años...10:40:00 am iba caminando por la calle hace algunos días y observé las hojas amarillas en el suelo. Un poco guiadas por el viento, y otro poco por el destino. Me atropelló como un huracán el olor a otoño del 2013. Volví a pesar 65Kg; de pronto no escuché mas voces; hubo una pausa de silencio en el aire; como si alguien hubiese apagado la lluvia con una tecla. Me detuve, en seco, cerré los ojos para no perder lo que sea que estuviese aconteciendo.

Sentí sus brazos alrededor de mi cuerpo. Sentí su olor. Escuché el suave susurro de su voz en mis oídos; sentí el relieve de la curva de su nariz en mi frente. Volví a creer en una religión que ya no existía. Volví a vivir por un segundo, ese segundo que existe durante el primer contacto, antes y después de no saber nada; donde el infinito es finito. Y ahí me quedé

Viví una vida entera con ella en ese microtiempo. La amé en todas las formas en las que se puede amar a alguien. Disfruté cada mirada y cada verso que me dedicó en esa eternidad incorpórea; en ese big bang de emociones. La quise tanto, pero tanto, que no me quedó ya amor en el cuerpo, de tanto quererla. Y cuando cansados de querernos, felices, satisfechos, nos miramos por última vez, el reloj dio las 10:40:01..y la perdí.


Me apresuré a verificar que todo había sido un fantasía y esperé lo peor. Aguardé con coraje a todo lo que viene después del amuleto de su primer beso; me armé de frente, con los puños en alto; al terremoto inequívoco de las doce horas posteriores. Alcé la pera, miré al aire que habría frente a mí y esbocé sin titubear: VENI, DALE! como hablándole a la caja que guarda el caos que desató ella en mi vida. Siempre pasaba lo mismo; después de los besos, venía el dolor.


Pero estas vez pasó algo diferente; por primera vez en diez años, yo la pensé cansado de quererla. Cansado de buscar respuestas a preguntas que nadie hizo. La recordé en la plenitud del espíritu, en los caminos reales del amor. 

No pasó nada más, nada dolió, nada tormentoso me atrapó en la lúgubre sintonía de Buenos Aires.

Entonces entendí, que ese segundo no fue un recuerdo. Que todos los te amo habían sido reales; entendí que SI habíamos vivido mil vidas y en ese lustro de vidas nos amamos. Todo fue real, absoluto. Por primera vez en diez años, la amé desde el presente, como si ella estuviese acá. Recién diez años después pude entender el amor verdadero, y fue justamente cuando dejé de intentar entenderlo y simplemente lo sentí...

cerré los ojos una vez mas y la abracé, en el medio de la calle...

Y no tuve frío después, ni me dolió la panza.


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