Casa 12

martes, 28 de noviembre de 2023

 El hielo de la muerte.





Tengo frío, siento como me hundo en la profundidad del recuerdo. Yo estuve ahí, o bueno, todos estuvimos, yo y mis otros yo, de otros tiempos, de otras eras.

No es la primera vez que sucede, ni la última, es una batalla, el final de un algo, el principio de un otro.

La helada, el mármol congelado de los templos rotos. Odín ya viejo, luchando con la muerte y el paso del tiempo que lo vienen a reclamar a él, al supuesto inmortal que no puede morir. Los cuervos rondando, atestiguando, Loki en sus versiones, la justicia pidiendo ayuda, el hijo pródigo muerto, el ragnarock, el fin del mundo. La bóveda celeste danzando y el mundo conocido envuelto en fuego y hielo.

Armagedón, apocalipsis. Pero Jesús está muerto, Dios no puede pararse del dolor inevitable y la muerte, su vieja amiga, lo sostiene para que no sucumba. Ella también carga la cruz del rey de los judíos, pesada.

El arcángel Gabriel sosteniendo la pluma con la cual nace el nuevo mundo. Se reescribe el destino del universo de nuevo. Otra era, otro hielo. Los cuervos, el ser humano, buscando una pizca de carne que halle muerta en el caos que quedó, intentando entender un poco, aunque sea un poco.

Yo estuve ahí, yo lo vi, todos los vimos. Vuelvo a tener frío.

Estoy rezando en un templo, grande, su techo lejano, su eco eterno. Las columnas inabrazables, frías. La luz de la entrada y la luz de las velas. Las nubes llegan, el fuego tiembla, el silencio se vuelve profundo, estoy solo en el templo, nadie reza conmigo.

Me asomo a la entrada, nada hay a lo lejos, ni gente, ni hielo, pero hace frío. Mas lejos algo en fuego, casi tan lejos que no puedo verlo, pero lo sé, no por el humo; pero lo sé.

Siento el ruido de otro templo, el mas cercano, cuyo techo se desmorona de las columnas externas hacia adentro, aplasta todo en segundos, y el poco polvo crea una nube de dolor que embarra las escaleras. Ya no hay sol y me doy vuelta, para volver a entrar a mi templo; al que me acoge, y siento que no puedo. Entonces vuelo.



Pasó tiempo, mucho tiempo, algunas semanas, tal vez meses. Camino solo en el desierto de nieve. No queda nadie en el mundo. No tengo frío, puedo seguir caminando, pero a dónde? con qué rumbo?

Quién es aquel que está muerto? Entonces ahora se a donde fue toda el agua del diluvio, el que hizo que Noé ponga a los animales en el arca. El agua del diluvio a dónde fue? a los glaciares, es este hielo. Se donde estoy. En el principio , en el fin del mundo, pero en el principio.
Es mi deber entonces construir un faro para los venideros, los que vendrán después de mí.


Vuelvo a hoy, a este plano en donde yo escribo y vos lees. La victoria sostiene una pluma con la cual escribe los versos de la guerra. El viejo, la muerte, dos caras de lo mismo, dos viejos amigos. Èl es un maestro. Otra vez Dios. otra vez yo. Por qué el borravino tan cerca? por qué la muerte tan afín con el creador? pero claro, si en los extremos los opuestos se unen. Si el final es el principio. Y la victoria con su pluma y alguien muerto, siempre un muerto. Algo hay que perder, para poder trazar más palabras en el rumbo de la historia. Perder? transmutar? dejar ir el peso para estar más livianos, para poder dibujar. Vuelvo a tener frío, vuelvo a rezar, todo empieza de nuevo.

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