Lluvia

jueves, 12 de abril de 2018

Y es que las gotas de lluvia sobre el techo recrean, tienen memoria.
El agua cuando golpea , trae, como el viento, a mí, una serie de recuerdos míos, tuyos.

Fue una noche de invierno, crudo, antes de que te vayas. El frío era de los que hacían estragos en las articulaciones, y nosotros, recién salidos de la ducha, nos apuramos a meternos en la cama.
Siempre me gustó eso de tocarnos un poquito los pies por debajo de la sábana, cuando todavía no estaban transpirados, cuando nuestros cuerpos todavía acarreaban la placidez de la ducha, el calor seco.

Los huesos se acomodaban en la cama, grande, y todavía fría. Vos me dabas la espalda, nosotros te abrazábamos y sentías, por primera vez en el día, que nada te podía lastimar.

Esa noche, minutos después, se largó a llover.

La lluvia, que tan desvalorada está, es agua cayendo del cielo. es AGUA cayendo del CIELO. La lluvia es un milagro y nosotros, tan cortos, tan terrenales, que andamos quejándonos.

Cuando las gotas empezaron a golpear el techo, yo empecé a enloquecer. No podía tener fuerte la soga que nos ataba, el ambiente me generaba una excitación incontrolable. Mis receptores nerviosos se percataron del gran porcentaje de tu cuerpo pegado al mío, y vos también te diste cuenta de que sola, con cada gota, buscabas que alguna parte tuya que no estuviese tocándome, lo haga en ese momento.

Se dio vuelta, me besó, lento, con ese calor seco que todavía existía. todo fue calma, y después, descontrol. En minutos se desató un infierno forestal que desarmó la cama. La habitación, a puertas y ventanas cerradas, subió de temperatura, los vidrios se empañaron y se hizo la voluntad de todos y cada uno de ellos entre las cuatro paredes del purgatorio. Volaron llantos, fuerza, pasión, un desenfreno sin final de espasmos hasta que todo por fin terminó, y yo no pude escribir mas.

Me encontré con una cama toda desarmada, las sábanas en el piso, el cubrecama en un rincón, junto con mi ropa interior. El aire viciado, pesado, la luz tenue de la lámpara del escritorio. Ella tendida en un costado, casi fumando un cigarrillo. Yo arrodillado sobre el colchón, intentando reconocer lo que hacía una hora había sido mi habitación pulcra, fría, pacífica. Cómo se había convertido ese lugar de paz en la antesala del infierno? tan rápido? tan desalmado.

Ya no llovía, había humedad, al abrir la puerta de la habitación entró ese frío perfecto y descubrí que había aire después de la muerte, que no todo estaba perdido.

Me duché, pero no fue lo mismo.

Me lavé los dientes, me puse el bucal y me acosté junto a ella. Llovía de nuevo.

Apenas una parte de mi cuerpo la tocaba, todo mi demás no quería estar cerca, no la quería ahí acostada conmigo. No estaba tan cansado, ni agitado. No me gustaba el clima que había en la pieza, ni las ventanas empañadas, ni la lluvia. La lluvia que no me calmaba como siempre lo hacía.

Sentí que la había perdido, no a ella, sino a quien abracé horas atrás, con quien pensé poder estar así toda la noche, en plenitud y serenidad. Que en este momento, en ese momento ,en el que ya fue tarde, ya se había ido de mí. Otra vez un corazón sin voz, sin vos. Cansado de gritar.

Y así es que sucede, como a veces,entre otras cosas, la lluvia recuerda la ira y la lluvia, recuerda la calma.

0 Yes,tell me :